La costa atlántica de Europa se extiende por más de 8 mil kilómetros desde Portugal hasta Noruega. Sus recursos marinos y características climáticas han propiciado similitudes en hábitos alimentarios y gastronómicos. El clima del Atlántico Norte es más fresco, con veranos más cortos y consecuentemente rendimientos agrícolas más bajos. Esto no impidió el desarrollo de la tradición culinaria escandinava, hoy día en boga por el creciente interés por la cultura vikinga.
En el extremo sur encontramos la vertiente occidental de la Península Ibérica, que presenta diferentes características culturales y culinarias. Comprende esencialmente Galicia y la costa norte de Portugal.
Hablamos de la dieta atlántica del sur de Europa que, aunque existe desde hace siglos es a partir de la “Declaración de Baiona” en el 2006 cuando empieza a definirse como tal.
Los hábitos alimentarios del noroeste ibérico tienen sus raíces en la cultura prerromana, la romanización, la cultura castreña y los monasterios medievales. Los productos originarios de las Américas, como el maíz, la patata, el pimiento o el tomate, se introdujeron inmediatamente en la agricultura local antes que en otras regiones y dieron a esta dieta su forma específica. Es difícil definir una dieta en base a alimentos concretos, porque es su combinación, la forma en que se producen, se cocinan y se consumen lo que le otorga los beneficios a este patrón alimentario.
La diversidad de alimentos estacionales de la dieta atlántica hace difícil atribuir cualidades nutricionales a un único alimento. Pero este patrón alimentario incluye pescados, mariscos, moluscos, crustáceos y cefalópodos. Estos alimentos son importantes para una dieta sana y equilibrada. En general, proporcionan proteínas de alta calidad, ácidos grasos omega-3, ácidos grasos esenciales, vitaminas A, D y oligoelementos como yodo, selenio o hierro absorbible.
Otro punto fuerte de la dieta atlántica son las verduras. Las especies de Brassica son tan diversas como el repollo o la col. Esta hortaliza se cultiva tradicionalmente en todas las huertas del noroeste de la Península Ibérica, está presente en todas las comidas.
El aporte de carbohidratos llega principalmente de las patatas. Son la base de la cocina, en detrimento de la pasta y el arroz típicos de la región mediterránea. Los panes elaborados a base de harinas integrales con masa madre y fermentación lenta no solo con trigo sino también con otros cereales como el centeno o el maíz.
Mención aparte merece la castaña ya que antes de que la patata llegara de América, era la principal fuente de hidratos de carbono. Tiene un buen perfil de grasas y proporciona un tercio de las calorías en comparación con las nueces o las almendras que se encuentran en la dieta atlántica. Su consumo se limita a la temporada de otoño en los tradicionales magostos.
Algo a destacar, es el consumo de aceite de oliva en las comunidades del noroeste peninsular que puede incluso duplicar el de algunas regiones mediterráneas.
Finalmente, no podemos olvidar la carne de vacuno y los productos lácteos en todas sus formas, especialmente con los quesos cremosos. Estos ocupan un lugar destacado en la dieta atlántica como fuente de proteínas de alto valor nutricional. También mencionar el cerdo y sus derivados que tienen una fuerte presencia durante el otoño y en los días más fríos del invierno.
A destacar de este tipo de dieta: la enorme variedad de productos de temporada y de proximidad que incorpora y la gran calidad de su materia prima. Además, desde la perspectiva nutricional, es una dieta con alto contenido en fibra y carbohidratos de asimilación lenta, elevado contenido de proteínas con alto valor biológico y productos que permiten mantener un perfil óptimo de lípidos. Estos productos se preparan de manera sencilla y con pocos aderezos, con predominio de la cocción en agua, el horneado y el braseado, lo que preserva las cualidades nutricionales mejor que otros modos de cocinado. El sabor principal de la comida es visible en cada plato.
Estudios recientes muestran que la dieta atlántica tradicional es tan baja en huella de carbono como una dieta vegetariana que es la más sostenible. Además de dejar claro que la población del noroeste ibérico presenta una alta esperanza de vida con un alto porcentaje de personas centenarias. Casi nada!!
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Fuente : The Conversation